Un diente con una corona de oro es el único vestigio físico que queda de Patrice Lumumba, símbolo inmortal de la lucha por la independencia del Congo y mártir de la resistencia contra el colonialismo.
En 1961, su vida fue arrebatada brutalmente por un pelotón de fusilamiento, bajo el consentimiento tácito de Bélgica, la antigua potencia colonial que nunca dejó de tratar al Congo como su propiedad.
El ensañamiento no terminó con su muerte. Su cuerpo fue sepultado en una tumba poco profunda, desenterrado, trasladado 200 km, y vuelto a enterrar. Posteriormente, fue nuevamente exhumado, desmembrado y, como una macabra muestra del desprecio colonial, disuelto en ácido para intentar borrar cualquier recuerdo de su existencia.
Gerard Soete, entonces comisario de la policía belga, no solo supervisó, sino que también participó activamente en la macabra destrucción de los restos de Patrice Lumumba. En un acto que encarna el desprecio colonial, confesó haber tomado uno de los dientes del líder asesinado como trofeo.
Soete también reveló que srovevivieron un segundo diente y dos dedos del cadáver, pero estos siguen desaparecidos, un recordatorio de la brutalidad que buscó despojar al Congo incluso de la dignidad póstuma de su héroe.
Décadas después, las autoridades belgas devolvieron el diente a la familia de Lumumba durante una ceremonia en Bruselas. Aunque presentada como un gesto simbólico, no puede borrar el legado de complicidad y barbarie colonial que este acto evoca.
El impulso de Gerard Soete al apropiarse de partes del cuerpo de Patrice Lumumba no fue un acto aislado, sino un reflejo de la mentalidad deshumanizadora que imperaba entre los funcionarios coloniales europeos de la época. Convertir los restos de los oprimidos en macabros «recuerdos» personales era una práctica común, destinada tanto a satisfacer un mórbido sentido de superioridad como a infligir una última humillación a quienes desafiaron el orden colonial.
Para Bélgica, Lumumba no era solo un enemigo político, sino una amenaza al sistema que sostenía su dominio. La apropiación de sus restos por parte de Soete, quien en un documental de 1999 describió el diente y los dedos que tomó como «una especie de trofeo de caza», encapsula esa visión deshumanizadora. El lenguaje utilizado por el policía belga reduce a Lumumba, una figura reverenciada en todo el continente como símbolo de liberación africana, a algo menos que humano.
Sin embargo, para Juliana Lumumba, hija del líder independentista, el foco de atención no está en su padre, sino en quienes cometieron estos actos atroces. «¿Qué cantidad de odio debes tener para hacer eso?», se pregunta en una entrevista de 2022 a la BBC. En esa entrevist recordaba que tales actos evocaban los horrores de los nazis, quienes también despojaron a las personas de su humanidad llevándose partes de sus cuerpos. «Esto es un crimen contra la humanidad», declaró, señalando que el racismo y la brutalidad del colonialismo no solo arrebataron vidas, sino también dignidad y memoria.
Por qué querían eliminarlo
A los 34 años, Patrice Lumumba hizo historia al convertirse en el primer ministro del recién independizado Congo, liderando un gabinete que marcó el fin de una era de opresión colonial. Su elección fue un símbolo de esperanza en los últimos días del dominio belga, pero también una amenaza para quienes no estaban dispuestos a soltar las riendas del poder.
En junio de 1960, durante la ceremonia de independencia, el rey Balduino de Bélgica ensalzó la administración colonial, elogiando a su antepasado Leopoldo II como el «civilizador» del país. Este discurso omitió deliberadamente mencionar las atrocidades cometidas durante el reinado de Leopoldo II, cuando el Estado Libre del Congo fue gobernado como su propiedad personal. Durante ese periodo, millones de congoleños murieron, fueron mutilados o sufrieron brutales abusos en nombre de la codicia imperial.
La incapacidad de Balduino para reconocer este genocidio colonial fue, además de un ultraje para las víctimas, un presagio de la continua negación que Bélgica sostendría por años. Apenas en los últimos años, y con gran resistencia, el país ha comenzado a enfrentar la verdad sobre su legado de barbarie en el Congo. Sin embargo, la lucha por la justicia histórica y la reparación está lejos de haber terminado.
Patrice Lumumba no tuvo reparos en reconocer el pasado brutal que marcó a su pueblo. En un acto de valentía sin precedentes, pronunció un discurso no programado durante la ceremonia de independencia, en el que desenmascaró las atrocidades del colonialismo y reivindicó la dignidad de los congoleños.
Con una retórica implacable, interrumpida por aplausos y coronada con una ovación de pie, Lumumba condenó «la humillante esclavitud que nos impusieron por la fuerza». Sus palabras resonaron como un golpe contra la narrativa colonial, dejando atónitos a los representantes belgas presentes. La reacción de los belgas osciló entre la incredulidad y la indignación.
Era la primera vez que un líder africano negro hablaba con tal audacia frente a los europeos, rompiendo décadas de silencio impuesto. Para la prensa belga, que lo había descrito de forma despectiva como un «ladrón analfabeto», este acto fue considerado una humillación hacia el rey Balduino y los funcionarios coloniales. Pero para los congoleños y para África, fue un momento de emancipación, una declaración de que ya no se toleraría más la opresión ni el desprecio.
Aquel discurso de Patrice Lumumba, donde condenó con firmeza la opresión colonial, es considerado por muchos como el acto que selló su destino. Sin embargo, su asesinato al año siguiente no fue solo una represalia por sus palabras, sino un crimen meticulosamente orquestado en el contexto de la Guerra Fría y el afán de las potencias occidentales por mantener su dominio en el Congo.
Bélgica, ansiosa por conservar su influencia política y económica sobre el territorio, lideró los esfuerzos para neutralizarlo. Estados Unidos, por su parte, temía que Lumumba, con su postura anticolonial inquebrantable, pudiera acercar al Congo a la órbita de la Unión Soviética, amenazando el statu quo de la región. Este miedo llevó a altos funcionarios estadounidenses a conspirar activamente para acabar con su vida, justificándolo como una medida «necesaria» en la lucha ideológica de la época.
También el Reino Unido tuvo su papel en esta siniestra alianza. Es conocido un memorándum readactado por un funcionario británico donde sugería que el asesinato de Lumumba era una opción válida para proteger sus intereses en África. Así, el líder congoleño fue víctima de un complot internacional que no toleraba líderes africanos dispuestos a desafiar el orden neocolonial y reclamar soberanía verdadera para su pueblo.
El crimen
Durante décadas, la familia de Patrice Lumumba vivió en la incertidumbre sobre lo que realmente le ocurrió al líder congoleño. El silencio y la opacidad que envolvieron las circunstancias de su muerte privaron a su familia de respuestas e intentaron borrar la memoria de un hombre que simbolizaba la lucha por la libertad y la dignidad africana.
La trayectoria de Lumumba, marcada por un ascenso meteórico al convertirse en el primer primer ministro del Congo independiente, culminó en una tragedia brutal en menos de siete meses.
Poco después de la independencia del Congo, el país se vio sumido en una grave crisis secesionista cuando la provincia rica en minerales de Katanga proclamó su separación. Esta declaración de independencia desencadenó una profunda inestabilidad política, y en medio del caos, Bélgica envió tropas bajo el pretexto de proteger a sus ciudadanos. Sin embargo, el verdadero objetivo de su intervención era apoyar la administración de Katanga, que se percibía como más dispuesta a mantener los intereses coloniales y económicos de la antigua potencia imperial.
Mientras tanto, Patrice Lumumba, quien había liderado el país hacia la independencia, fue despedido como primer ministro por el presidente, Joseph Kasavubu, y menos de diez días después, el coronel Joseph Mobutu, jefe del estado mayor del ejército, tomó el poder mediante un golpe de Estado. Lumumba fue puesto bajo arresto domiciliario, pero logró escapar antes de ser capturado nuevamente en diciembre de 1960. Fue trasladado y mantenido en custodia en una región remota del país, considerada como una amenaza potencial para la estabilidad del nuevo gobierno.
El gobierno belga, que aún intentaba influir en los asuntos del Congo, alentó su traslado a Katanga, donde su presencia podría ser manipulada como una forma de apaciguar las tensiones. El 16 de enero de 1961, Lumumba fue trasladado a la provincia en un vuelo, durante el cual fue brutalmente maltratado. A su llegada, fue golpeado nuevamente mientras los líderes de Katanga debatían qué hacer con él. Este trato brutal marcó el inicio de los últimos momentos de Lumumba, quien ya había sido condenado por la oligarquía colonial y los intereses internacionales a pagar el precio de su valentía en la lucha por la soberanía de su país.
Finalmente, el destino de Patrice Lumumba fue sellado: el 17 de enero de 1961, fue fusilado junto a dos de sus aliados. Sin embargo, su muerte fue solo el inicio de un proceso macabro para borrar cualquier rastro de su existencia. Fue en ese momento cuando el comisario de policía belga Gerard Soete intervino. Al darse cuenta de que los cuerpos podrían ser encontrados, se tomó la decisión de “¡hacerlos desaparecer de una vez por todas! No debe quedar ningún rastro», según lo relatado por Soete en el libro The Assassination of Lumumba de Ludo De Witte.
Armado con sierras, ácido sulfúrico, máscaras faciales y whisky, Soete dirigió un equipo encargado de desmembrar, destruir y eliminar los restos de Lumumba. Más tarde, Soete describiría este proceso como un descenso «a las profundidades del infierno». La brutalidad con la que trataron el cuerpo refleja la intención de borrar no solo la vida de Lumumba, sino también el símbolo que representaba: la resistencia y la lucha por la soberanía africana.
Fue casi 40 años después, en 1999, cuando Soete confesó públicamente su participación en este espantoso acto. Reconoció que aún conservaba un diente de Lumumba, mientras que se había deshecho con el tiempo que las otras partes que había secuestrado.
El destino del diente de Lumumba permaneció oculto por décadas. Aunque una fotografía muestra el diente en una caja acolchada, no se sabe si estaba siendo exhibido o guardado como un objeto macabro. Lo que es seguro es que el diente permaneció en la familia Soete. En 2016, apareció nuevamente cuando Godelieve, hija de Soete, reveló en una entrevista a la revista belga Humo que el diente seguía en posesión de su familia. La existencia del diente, lejos de ser un simple recuerdo, se convirtió en un doloroso recordatorio de la impunidad y la violencia que persiguieron a Lumumba incluso después de su muerte.
El diente de Lumumba fue finalmente incautado por la policía belga después de que Ludo De Witte presentara una denuncia formal, lo que dio inicio a una batalla legal que duró cuatro años. En 2000, un tribunal belga dictaminó que el diente debía ser devuelto a la familia Lumumba, una victoria simbólica en la lucha por la justicia y la memoria histórica. Como parte de la campaña para recuperar los restos de su padre, Juliana Lumumba escribió una conmovedora y poética carta abierta al rey Felipe de Bélgica, donde criticaba el mantenimiento de los restos de Lumumba en manos extranjeras. «¿Por qué, después de su terrible asesinato, los restos de Lumumba han sido condenados a permanecer para siempre como un alma errante, sin una tumba que cobije su eterno descanso?», escribió, un eco de la dolorosa ausencia que había marcado la vida de su familia durante décadas.
La historia de Patrice Lumumba, desde su valiente lucha por la independencia hasta su trágica muerte, sigue siendo un recordatorio de los crímenes cometidos en nombre del colonialismo y la geopolítica. A través de su legado, Lumumba continúa siendo una figura central en la lucha por la justicia, la dignidad y la reparación histórica para los pueblos africanos.