Amílcar Cabral: Liberación nacional y cultura. Ezquerda. Septiembre 2024

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11/1/24
20 minutos de lectura.
Historia
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Nos sentimos muy felices de poder participar en esta ceremonia celebrada en honor de nuestro compañero de armas y digno hijo de África, el difunto Dr. Eduardo Mondlane[1], ex Presidente del Frelimo, cobardemente asesinado por los colonialistas portugueses y sus aliados el 3 de febrero de 1969 en Dar-Es-Salaam.

Queremos agradecer esta iniciativa a la Universidad de Siracusa y, en particular, al Programa de Estudios sobre África Oriental, dirigido por el erudito profesor Marshall Segall. Es una prueba no sólo de su respeto y admiración por la inolvidable personalidad del Dr. Eduardo Mondlane, sino también de su solidaridad con la heroica lucha del pueblo mozambiqueño y de todos los pueblos de África por la liberación nacional y el progreso.

Al aceptar su invitación -que consideramos dirigida a nuestro pueblo y a nuestros luchadores- quisimos demostrar una vez más nuestra amistad militante y nuestra solidaridad con el pueblo de Mozambique y con su querido líder, el Dr. Eduardo Mondlane, a quien nos unían lazos fundamentales en la lucha común contra el más retrógrado de los colonialismos, el colonialismo portugués. Nuestra amistad y solidaridad son tanto más sinceras cuanto que no siempre estuvimos de acuerdo con nuestro camarada Eduardo Mondlane, cuya muerte fue también una pérdida para nuestro pueblo.

Elogio a Eduardo Mondlane

Otros oradores ya han trazado un retrato del Dr. Eduardo Mondlane y le han dedicado merecidos elogios. Sólo queremos reafirmar nuestra admiración por la figura del africano patriota y del eminente hombre de cultura que fue. También queremos afirmar que el gran mérito de Eduardo Mondlane no fue su decisión de luchar por su pueblo, sino que supo integrarse en la realidad de su país, identificarse con su pueblo y aculturarse a la lucha que lideró con valentía, inteligencia y determinación.

Eduardo Chivambo Mondlane, africano de origen rural, hijo de campesinos y de un jefe tribal, niño educado por misioneros, alumno negro en las escuelas blancas del Mozambique colonial, universitario en la Sudáfrica racista, ayudado en su juventud por una fundación estadounidense, becario en una universidad de Estados Unidos, doctor por la Northwestern University, alto funcionario de las Naciones Unidas, profesor en la Universidad de Siracusa, presidente del Frente de Liberación de Mozambique, caído como luchador por la libertad de su pueblo.

En efecto, la vida de Eduardo Mondlane es particularmente rica en experiencias. Si consideramos el breve período durante el cual trabajó como jornalero aprendiz en una granja, vemos que su vida abarca prácticamente todas las categorías de la sociedad colonial africana: del campesinado a la "pequeña burguesía" asimilada y, en el plano cultural, del universo rural a una cultura universal, abierta al mundo, a sus problemas, a sus contradicciones y a sus perspectivas de evolución.

Lo importante es que, tras este largo viaje, Eduardo Mondlane pudo regresar a su pueblo como un luchador por la liberación y el progreso de su pueblo, enriquecido por las experiencias, a menudo inquietantes, del mundo actual. Dio así un ejemplo fecundo: afrontando todas las dificultades, escapando a las tentaciones, liberándose de los compromisos de la alienación cultural (y por tanto política), fue capaz de redescubrir sus propias raíces, identificarse con su pueblo y consagrarse a la causa de la liberación nacional y social. Eso es lo que los imperialistas no le perdonaron.

En lugar de limitarnos a problemas más o menos importantes en la lucha común contra los colonialistas portugueses, centraremos nuestra conferencia en un problema esencial: las relaciones de dependencia y reciprocidad entre la lucha de liberación nacional y la cultura.
Si conseguimos convencer a los luchadores por la liberación de África y a todos los que se interesan por la libertad y el progreso de los pueblos africanos de la importancia decisiva de este problema en el proceso de la lucha, habremos rendido un homenaje significativo a Eduardo Mondlane.

Un cruel dilema para el colonialismo: ¿liquidar o asimilar?

Cuando Goebbels, el cerebro de la propaganda nazi, oyó hablar de cultura, desenfundó su pistola. Esto demuestra que los nazis -que eran y son la expresión más trágica del imperialismo y de la sed de dominación-, aunque fueran todos unos pervertidos como Hitler, tenían una idea clara del valor de la cultura como factor de resistencia a la dominación extranjera.

La historia nos enseña que, en determinadas circunstancias, es fácil para los extranjeros imponer su dominación a un pueblo. Pero también nos enseña que, cualesquiera que sean los aspectos materiales de esa dominación, sólo puede mantenerse mediante la represión permanente y organizada de la vida cultural de ese pueblo, y no puede garantizar definitivamente su establecimiento más que mediante la liquidación física de una parte importante de la población dominada.

En efecto, tomar las armas para dominar a un pueblo es, ante todo, tomar las armas para destruir o al menos neutralizar y paralizar su vida cultural. Mientras haya una parte de ese pueblo que pueda tener vida cultural, la dominación extranjera no puede estar segura de perpetuarla. En un momento dado, que depende de los factores internos y externos que determinan la evolución de la sociedad en cuestión, la resistencia cultural (que es indestructible) puede adoptar nuevas formas (políticas, económicas, armadas) para oponerse enérgicamente a la dominación extranjera.

Lo ideal para una dominación de este tipo, ya sea imperialista o no, sería una de estas alternativas

- o bien liquidar prácticamente a toda la población del país dominado, eliminando así las posibilidades de una resistencia cultural;

- o conseguir imponerse sin afectar a la cultura del pueblo dominado, es decir, armonizando la dominación económica y política de ese pueblo con su personalidad cultural.

La primera hipótesis implica el genocidio de la población indígena y crea un vacío que priva a la dominación extranjera de su contenido y objeto: el pueblo dominado. La segunda hipótesis aún no ha sido confirmada por la historia. La gran experiencia de la humanidad nos permite admitir que no tiene viabilidad práctica: no es posible armonizar la dominación económica y política de un pueblo, cualquiera que sea su grado de desarrollo.

Para escapar a esta alternativa -que podría llamarse el dilema de la resistencia cultural- el dominio colonial imperialista ha intentado crear teorías que, de hecho, no son más que burdas formulaciones del racismo y que se traducen, en la práctica, en un estado de sitio permanente para las poblaciones nativas, basado en una dictadura (o democracia) racista.

Es el caso, por ejemplo, de la llamada teoría de la asimilación progresiva de las poblaciones autóctonas, que no es más que un intento más o menos violento de negar la cultura del pueblo en cuestión. El claro fracaso de esta "teoría", puesta en práctica por algunas potencias coloniales, entre ellas Portugal, es la prueba más evidente de su inviabilidad, cuando no de su carácter inhumano. En el caso de Portugal, donde Salazar afirma que África no existe, alcanza incluso el más alto nivel de absurdo.

Lo mismo ocurre con la llamada teoría del apartheid, creada, aplicada y desarrollada sobre la base de la dominación económica y política de los pueblos del sur de África por una minoría racista, con todos los crímenes contra la humanidad que ello conlleva. La práctica del apartheid se traduce en la explotación desenfrenada de la fuerza de trabajo de las masas africanas, encarceladas y reprimidas en el más cínico y vasto campo de concentración que la humanidad haya conocido jamás .

La liberación nacional, un acto de cultura

Estos hechos dan buena medida del drama de la dominación extranjera frente a la realidad cultural del pueblo dominado. También demuestran el vínculo íntimo, de dependencia y reciprocidad, que existe entre el hecho cultural y el hecho económico (y político) en el comportamiento de las sociedades humanas. En efecto, en cada momento de la vida de una sociedad (abierta o cerrada), la cultura es el resultado más o menos consciente de las actividades económicas y políticas, la expresión más o menos dinámica del tipo de relaciones que prevalecen en el seno de esa sociedad, por una parte, entre el hombre (considerado individual o colectivamente) y la naturaleza y, por otra, entre los individuos, los grupos de individuos, los estratos sociales o las clases.

El valor de la cultura como elemento de resistencia a la dominación extranjera reside en que es la poderosa manifestación ideológica o idealista de la realidad material e histórica de la sociedad dominada o por dominar. Fruto de la historia de un pueblo, la cultura determina simultáneamente la historia por la influencia positiva o negativa que ejerce en la evolución de las relaciones entre el hombre y su entorno y entre los hombres o grupos humanos dentro de una sociedad, así como entre sociedades diferentes. La ignorancia de este hecho podría explicar tanto el fracaso de diversos intentos de dominación extranjera como el de algunos movimientos de liberación nacional.

Veamos qué es la liberación nacional. Consideramos este fenómeno histórico en su contexto contemporáneo, es decir, la liberación nacional de la dominación imperialista. Como es bien sabido, ésta es diferente, tanto en su forma como en su contenido, de los otros tipos de dominación extranjera que la precedieron (tribal, aristocrático-militar, feudal y capitalista en la época de la libre competencia).

La característica principal, como en cualquier tipo de dominación imperialista, es la negación del proceso histórico del pueblo dominado mediante la usurpación violenta de la libertad del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas. Ahora bien, en una sociedad dada, el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y el sistema de utilización social de estas fuerzas (sistema de propiedad) determinan el modelo de producción. Para nosotros, el modo de producción, cuyas contradicciones se manifiestan con mayor o menor intensidad a través de la lucha de clases, es el factor principal de la historia de cada grupo humano, siendo el nivel de las fuerzas productivas el verdadero y permanente motor de la historia.

El nivel de las fuerzas productivas indica, en cada sociedad, en cada grupo humano considerado como un todo en movimiento, el estado en que se encuentra esa sociedad y cada uno de sus componentes en relación con la naturaleza, su capacidad de actuar o reaccionar conscientemente en relación con la naturaleza. Indica y condiciona el tipo de relaciones materiales (expresadas objetiva o subjetivamente) que existen entre el hombre y su entorno.

El modo de producción, que representa, en cada etapa de la historia, el resultado de la búsqueda incesante de un equilibrio dinámico entre el nivel de las fuerzas productivas y el régimen de utilización social de estas fuerzas, indica el estado en que se encuentran una sociedad y cada uno de sus componentes, en relación consigo mismos y en relación con la historia. También indica y condiciona el tipo de relaciones materiales (expresadas objetiva o subjetivamente) que existen entre los diversos elementos o grupos que componen la sociedad en cuestión: relaciones y tipos de relaciones entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y su entorno; relaciones y tipos de relaciones entre los componentes individuales o colectivos de una sociedad. Hablar de esto es hablar de historia, pero también es hablar de cultura.

La cultura, cualesquiera que sean las características ideológicas o idealistas de sus manifestaciones, es por tanto un elemento esencial de la historia de un pueblo. Es quizás el resultado de esa historia como una flor es el resultado de una planta. Al igual que la historia, o porque es historia, la cultura tiene su base material en el nivel de las fuerzas productivas y el modo de producción. Hunde sus raíces en el humus de la realidad material del entorno en el que se desarrolla y refleja la naturaleza orgánica de la sociedad, que puede estar más o menos influida por factores externos. Si la historia nos permite conocer la naturaleza y el alcance de los desequilibrios y conflictos (económicos, políticos y sociales) que caracterizan la evolución de una sociedad, la cultura nos permite saber qué síntesis dinámicas ha elaborado y fijado la conciencia social para resolver esos conflictos en cada etapa de la evolución de esa sociedad, en busca de la supervivencia y el progreso.

El estudio de la historia de las luchas de liberación demuestra que, por lo general, éstas van precedidas de una intensificación de las manifestaciones culturales, que se materializan progresivamente en un intento, victorioso o no, de afirmar la personalidad cultural del pueblo dominado como acto de negación de la cultura del opresor. Cualesquiera que sean las condiciones de sometimiento de un pueblo a la dominación extranjera y la influencia de los factores económicos, políticos y sociales en la práctica de esta dominación, es generalmente en el hecho cultural donde se localiza el germen de la contestación que conduce a la estructuración y desarrollo del movimiento de liberación.

Para nosotros, el fundamento de la liberación nacional reside en el derecho inalienable de todo pueblo, cualesquiera que sean las fórmulas adoptadas en el derecho internacional, a tener su propia historia. El objetivo de la liberación nacional es, por tanto, la reconquista de este derecho, usurpado por la dominación imperialista, es decir: la liberación del proceso de desarrollo de las fuerzas productivas nacionales. Hay, pues, liberación nacional cuando, y sólo cuando, las fuerzas productivas nacionales se liberan completamente de cualquier tipo de dominación extranjera. La liberación de las fuerzas productivas y, en consecuencia, la facultad de determinar libremente el modo de producción más adecuado a la evolución del pueblo liberado, abre necesariamente nuevas perspectivas al proceso cultural de la sociedad en cuestión, dotándola de toda su capacidad de crear progreso.

Un pueblo que se libera de la dominación extranjera no será culturalmente libre a menos que, sin complejos y sin menospreciar la importancia de las aportaciones positivas de la cultura del opresor y de otras culturas, emprenda los caminos ascendentes de la suya propia, una cultura que se nutra de la realidad viva de su entorno y niegue tanto las influencias nocivas como cualquier tipo de subordinación a las culturas extranjeras. Así vemos que si la dominación imperialista tiene la necesidad vital de practicar la opresión cultural, la liberación nacional es necesariamente un acto de cultura.

El carácter de clase de la cultura

Sobre la base de lo que acabamos de decir, podemos considerar el movimiento de liberación como la expresión política organizada de la cultura del pueblo en lucha. Así, la dirección de este movimiento puede tener una idea clara de la cultura en el contexto de la lucha y conocer a fondo la cultura de su pueblo, sea cual sea su nivel de desarrollo económico.

Hoy se ha convertido en un lugar común decir que cada pueblo tiene su propia cultura. Atrás quedaron los tiempos en que, en un intento de perpetuar la dominación de los pueblos, se consideraba que la cultura era patrimonio de pueblos o naciones privilegiados y en que, por ignorancia o mala fe, se confundía cultura con tecnicismo, cuando no cultura con color de piel o forma de los ojos. El movimiento de liberación, que representa y defiende la cultura de los pueblos, debe tener conciencia de que, cualesquiera que sean las condiciones materiales de la sociedad que representa, ella es portadora y creadora de cultura, y debe comprender también el carácter de masa, el carácter popular de la cultura, que no es, ni puede ser, patrimonio de uno o de algunos sectores de la sociedad.

En el análisis en profundidad de la estructura social que todo movimiento de liberación debe ser capaz de realizar en función de los imperativos de la lucha, las características culturales de cada categoría ocupan un lugar de primera importancia. Pues aunque la cultura tiene un carácter de masas, no es uniforme ni se desarrolla por igual en todos los sectores de la sociedad. La actitud de cada categoría social ante la lucha viene dictada por sus intereses económicos, pero también está profundamente influida por su cultura. Podemos incluso admitir que son las diferencias y los niveles de cultura los que explican los distintos comportamientos de los individuos de una misma categoría socioeconómica frente al movimiento de liberación. Y es aquí donde la cultura alcanza todo su significado para cada individuo: comprensión e integración en su entorno, identificación con los problemas y aspiraciones fundamentales de la sociedad, aceptación de la posibilidad de cambio en la dirección del progreso.

En las condiciones específicas de nuestro país -e incluso de África- la distribución horizontal y vertical de los niveles de cultura es algo compleja. De las aldeas a las ciudades, de una etnia a otra. Del campesino al obrero o al intelectual indígena más o menos asimilado, de una clase social a otra, e incluso, como hemos dicho, de individuo a individuo dentro de la misma categoría social, existen variaciones significativas en el nivel cuantitativo y cualitativo de la cultura. Tener en cuenta estos hechos es una cuestión de capital importancia para el movimiento de liberación.

Mientras que en las sociedades estructuradas horizontalmente, como la de los Balanta, por ejemplo, la distribución de los niveles culturales es más o menos uniforme, con variaciones únicamente ligadas a las características individuales y a los grupos de edad, en las sociedades estructuradas verticalmente, como la de los Fulas, existen variaciones significativas desde la cúspide hasta la base de la pirámide social. Esto demuestra una vez más el estrecho vínculo existente entre el factor cultural y el factor económico y explica también las diferencias de comportamiento global o sectorial de estos dos grupos étnicos frente al movimiento de liberación.

Es cierto que la multiplicidad de categorías sociales y étnicas crea una cierta complejidad a la hora de determinar el papel de la cultura en el movimiento de liberación, pero es esencial no perder de vista la importancia decisiva del carácter de clase de la cultura en el desarrollo del movimiento de liberación, incluso en los casos en que esta categoría está o parece estar en pañales.

La experiencia del dominio colonial demuestra que, en un intento de perpetuar la explotación, el colonizador no sólo crea un sistema perfecto de represión de la vida cultural del pueblo colonizado, sino que también provoca y desarrolla la alienación cultural de una parte de la población, ya sea mediante la supuesta asimilación de los indígenas o creando un abismo social entre las élites indígenas y las masas populares. Como resultado de este proceso de división o de profundización de las divisiones en el seno de la sociedad, ocurre que una parte considerable de la población, especialmente la "pequeña burguesía" urbana o rural, asimila la mentalidad del colonizador y se considera culturalmente superior al pueblo al que pertenece y cuyos valores culturales ignora o desprecia. Esta situación, característica de la mayoría de los intelectuales colonizados, cristaliza a medida que aumentan los privilegios sociales del grupo asimilado o alienado, con implicaciones directas en el comportamiento de los individuos de este grupo hacia el movimiento de liberación. Por lo tanto, es esencial una reconversión de las mentes -de las mentalidades- para que se integren realmente en el movimiento de liberación. Esta reconversión -reafricanización, en nuestro caso- puede tener lugar antes de la lucha, pero sólo puede completarse en el transcurso de la misma, en el contacto diario con las masas populares y en la comunión de sacrificios que la lucha exige .

Sin embargo, hay que tener en cuenta que, ante la perspectiva de la independencia política, la ambición y el oportunismo que afectan generalmente al movimiento de liberación pueden llevar a la lucha a individuos no reconvertidos. Éstos, sobre la base de su nivel de instrucción, de sus conocimientos científicos y técnicos, y sin perder ninguno de sus prejuicios culturales de clase, pueden alcanzar los más altos rangos del movimiento de liberación. Esto demuestra lo indispensable que es la vigilancia, tanto cultural como política. En las condiciones concretas y muy complejas del fenómeno de los movimientos de liberación, no es oro todo lo que reluce: los líderes políticos -incluso los más célebres- pueden estar culturalmente alienados.

Pero el carácter de clase de la cultura es aún más sensible en el comportamiento de las categorías privilegiadas en las zonas rurales, especialmente en lo que respecta a los grupos étnicos con una estructura social vertical, donde las influencias de la asimilación o alienación cultural son nulas o prácticamente nulas. Este es, por ejemplo, el caso de la clase dirigente fula. Bajo el dominio colonial, la autoridad política de esta clase (jefes tradicionales, familias nobles, líderes religiosos) es puramente nominal y las masas populares se dan cuenta de que la verdadera autoridad reside y actúa en las administraciones coloniales. Sin embargo, la clase dominante conserva esencialmente su autoridad cultural sobre las masas populares del grupo, con importantes implicaciones políticas.

Consciente de esta realidad, el colonialismo, que reprime o inhibe de raíz las manifestaciones culturales significativas de las masas populares, apoya y protege el prestigio y la influencia cultural de la clase dominante en la cúspide. Instala líderes que gozan de su confianza y son más o menos aceptados por la población, les concede diversos privilegios materiales, incluida la educación de sus hijos mayores, crea puestos de liderazgo donde no los había, establece y aumenta las relaciones cordiales con los líderes religiosos, construye mezquitas, organiza viajes a La Meca, etc. Y, sobre todo, a través de los órganos represivos de la administración colonial, garantiza los privilegios económicos y sociales de la clase dominante frente a las masas populares. Pero todo esto no impide que haya individuos o grupos de individuos entre las clases dominantes que se unan al movimiento de liberación, aunque con menos frecuencia que en el caso de la "pequeña burguesía" asimilada. Varios líderes tradicionales y religiosos se unen a la lucha desde el principio o durante su transcurso, contribuyendo con entusiasmo a la causa de la liberación. Pero incluso en este caso, la vigilancia es indispensable: manteniendo firmemente sus prejuicios culturales de clase, los individuos de esta categoría ven generalmente el movimiento de liberación como la única vía válida, utilizando los sacrificios de las masas populares, para eliminar la opresión colonial de su propia clase y restablecer así su dominación política y cultural absoluta sobre el pueblo.

En el contexto general del desafío al dominio colonial imperialista y en las condiciones específicas que estamos examinando, se observa que entre los aliados más firmes del opresor se encuentran algunos altos funcionarios e intelectuales liberales asimilados, así como un gran número de representantes de la clase dominante rural. Si bien esto da una medida de la influencia (negativa o positiva) de la cultura y de los prejuicios culturales en el problema de la elección política frente al movimiento de liberación, también revela los límites de esta influencia y la supremacía del factor de clase en el comportamiento de las distintas categorías sociales. El alto funcionario o el intelectual asimilado, caracterizado por una alienación cultural total, se identifica, en términos de elección política, con el dirigente tradicional o religioso, que no ha sufrido ninguna influencia cultural extranjera significativa. El hecho es que estas dos categorías sitúan sus privilegios económicos y sociales y sus intereses de clase por encima de cualquier dato o petición cultural, y en contra de las aspiraciones del pueblo. Esta es una verdad que el movimiento de liberación no puede ignorar, de lo contrario traicionará los objetivos económicos, políticos, sociales y culturales de la lucha.

Definir progresivamente una cultura nacional

Al igual que en la esfera política, y sin minimizar la contribución positiva que las clases o capas privilegiadas pueden aportar a la lucha, el movimiento de liberación debe, en la esfera cultural, basar su acción en la cultura popular, cualquiera que sea la diversidad de niveles de cultura en el país. La contestación cultural de la dominación colonial - fase primordial del movimiento de liberación - sólo puede abordarse eficazmente a partir de la cultura de las masas trabajadoras del campo y de las ciudades, incluida la "pequeña burguesía" nacionalista (revolucionaria), reafricanizada o disponible para la reconversión cultural. Cualquiera que sea la complejidad de este panorama cultural de base, el movimiento de liberación debe ser capaz de distinguir en él lo esencial de lo secundario, lo positivo de lo negativo, lo progresista de lo reaccionario, para caracterizar la línea principal de la definición progresista de una cultura nacional.

Para que la cultura pueda desempeñar su importante papel en el desarrollo del movimiento de liberación, debe ser capaz de preservar los valores culturales positivos de cada grupo social bien definido, de cada categoría, realizando la confluencia de estos valores en la dirección de la lucha, dándoles una nueva dimensión: la dimensión nacional. Dada esta necesidad, la lucha de liberación es ante todo una lucha tanto por la preservación y la supervivencia de los valores culturales del pueblo como por la armonización y el desarrollo de estos valores en un marco nacional.

La unidad política del movimiento de liberación y del pueblo al que representa y dirige implica la realización de la unidad cultural de las categorías sociales fundamentales para la lucha. Esta unidad se traduce, por una parte, en una identificación total del movimiento con la realidad del entorno y con los problemas y aspiraciones fundamentales del pueblo y, por otra, en una identificación cultural progresiva de las distintas categorías sociales que participan en la lucha. Este proceso debe armonizar los intereses divergentes, resolver las contradicciones y definir objetivos comunes, buscando la libertad y el progreso. La realización de estos objetivos por amplios sectores de la población, reflejada en su determinación frente a todas las dificultades y sacrificios, es una gran victoria política y moral. Es también un logro cultural decisivo para el desarrollo y el éxito ulteriores del movimiento de liberación.

La derrota cultural del colonialismo

Cuanto mayores sean las diferencias entre la cultura del pueblo dominado y la del opresor, más posible será esta victoria. La historia demuestra que es menos difícil dominar que conservar la dominación sobre un pueblo con una cultura similar o análoga a la del conquistador. Tal vez incluso podría decirse que la perdición de Napoleón, cualesquiera que fueran las motivaciones económicas y políticas de sus guerras de conquista, fue que no supo (o no pudo) limitar sus ambiciones a dominar pueblos cuya cultura era más o menos similar a la francesa. Lo mismo podría decirse de otros imperios, antiguos, modernos o contemporáneos.

Uno de los errores más graves, si no el más grave, de las potencias coloniales en África fue ignorar o subestimar la fuerza cultural de los pueblos africanos. Esta actitud es especialmente evidente cuando se trata de la dominación cultural portuguesa, que no sólo negaba la existencia de los valores culturales africanos y su condición de seres sociales, sino que se obstinaba en prohibirles cualquier tipo de actividad política. El pueblo portugués, que no disfrutó de las riquezas usurpadas a los pueblos africanos por el colonialismo portugués, sino que asimiló, en su mayor parte, la mentalidad imperialista de las clases dirigentes de su país, paga hoy muy caro, en tres guerras coloniales, el error de subestimar nuestra realidad cultural.

La resistencia política y armada de los pueblos de las colonias portuguesas, como en otros países o regiones de África, fue aplastada por la superioridad técnica del conquistador imperialista, con la complicidad o la traición de algunas clases dirigentes indígenas. Elites fieles a la historia y a la cultura del pueblo fueron destruidas. Poblaciones enteras fueron masacradas. La era colonial se impuso con todos los crímenes de explotación que la caracterizan. Pero la resistencia cultural del pueblo africano no fue destruida. Reprimida, perseguida y traicionada por ciertas categorías sociales comprometidas con el colonialismo, la cultura africana ha sobrevivido a todas las tormentas, refugiándose en los pueblos, los bosques y el espíritu de generaciones de víctimas del colonialismo.

Como la semilla que espera durante mucho tiempo las condiciones propicias para germinar a fin de preservar la continuidad de la especie y garantizar su evolución, la cultura de los pueblos africanos vuelve a florecer hoy, en todo el continente, en las luchas de liberación nacional. Cualquiera que sea la forma de estas luchas, sus éxitos o fracasos y la duración de su evolución, marcan el inicio de una nueva etapa en la historia del continente y constituyen, tanto por su forma como por su contenido, el acontecimiento cultural más importante de la vida de los pueblos africanos. Fruto y prueba del vigor cultural, la lucha de liberación de los pueblos de África abre nuevas perspectivas para el desarrollo de la cultura al servicio del progreso.

La riqueza cultural de África

Ha pasado el tiempo en que era necesario buscar argumentos para demostrar la madurez cultural de los pueblos africanos. La irracionalidad de las "teorías" racistas de un Gobineau o un Lévy-Bruhl no interesan ni convencen más que a los racistas. A pesar de la dominación colonial (y quizá gracias a ella), África ha sabido imponer el respeto de sus valores culturales. Incluso ha demostrado ser uno de los continentes más ricos en valores culturales. De Cartago o Guizeh a Zimbabue, de Meroe a Benín e Ifé, del Sáhara o Tombuctu a Kilwa, pasando por la inmensidad y diversidad de las condiciones naturales del continente, la cultura de los pueblos africanos es un hecho innegable: tanto en las obras de arte como en las tradiciones orales y escritas, tanto en las concepciones cosmogónicas como en la música y la danza, tanto en las religiones y creencias como en el equilibrio dinámico de las estructuras económicas, políticas y sociales que el hombre africano ha sabido crear.

Si el valor universal de la cultura africana es hoy un hecho indiscutible, no hay que olvidar que el hombre africano, cuyas manos, como dice el poeta, "pusieron piedras en los cimientos del mundo", la desarrolló en condiciones, si no siempre, al menos a menudo, hostiles: de los desiertos a los bosques ecuatoriales, de los pantanos costeros a las orillas de grandes ríos sometidos a frecuentes inundaciones, a través y contra todas las dificultades, incluidas las plagas que destruyen no sólo las plantas y los animales, sino también al hombre. Puede decirse, según Basil Davidson y otros historiadores de las sociedades y culturas africanas, que los logros del genio africano, en los planos económico, político, social y cultural, frente a la naturaleza inhóspita del medio ambiente, constituyen una epopeya comparable a los mayores ejemplos históricos de la grandeza del hombre.

La dinámica de la cultura

Evidentemente, esta realidad es un motivo de orgullo y un elemento estimulante para quienes luchan por la libertad y el progreso de los pueblos africanos. Pero no debemos perder de vista que ninguna cultura es un todo perfecto y acabado. La cultura, como la historia, es necesariamente un fenómeno en expansión, en desarrollo. Es aún más importante tener en cuenta que la característica fundamental de una cultura es su íntima conexión, de dependencia y reciprocidad, con la realidad económica y social del entorno, con el nivel de fuerzas productivas y el modo de producción de la sociedad que la crea.

La cultura, fruto de la historia, refleja en cada momento la realidad material y espiritual de la sociedad, del hombre como individuo y del hombre como ser social, frente a los conflictos que los oponen a la naturaleza y a los imperativos de la vida en común. Por eso toda cultura tiene elementos esenciales y secundarios, puntos fuertes y débiles, virtudes y defectos, aspectos positivos y negativos, factores de progreso y de estancamiento o retroceso. También se deduce que la cultura -creación de la sociedad y síntesis de los equilibrios y soluciones que desarrolla para resolver los conflictos que la caracterizan en cada etapa de la historia- es una realidad social independiente de la voluntad de los hombres, del color de su piel o de la forma de sus ojos.

En un análisis más profundo de la realidad cultural, no puede afirmarse que existan culturas continentales o raciales. Esto se debe a que, al igual que la historia, la cultura se desarrolla en un proceso desigual, a nivel de un continente, de una "raza" o incluso de una sociedad. Las coordenadas de la cultura, como las de cualquier fenómeno evolutivo, varían en el espacio y en el tiempo, ya sean materiales (físicas) o humanas (biológicas y sociales). El hecho de que reconozcamos la existencia de rasgos comunes y específicos en las culturas de los pueblos africanos, independientemente del color de su piel, no implica necesariamente que sólo haya una en el continente: al igual que, desde un punto de vista económico y político, hay varias Áfricas, también hay varias culturas africanas.

No cabe duda de que la subestimación de los valores culturales de los pueblos africanos, basada en sentimientos racistas y en la intención de perpetuar su explotación por los extranjeros, ha hecho mucho daño a África. Pero frente a la necesidad vital de progreso, no son menos perjudiciales los siguientes hechos o comportamientos el elogio no selectivo; la exaltación sistemática de las virtudes sin condenar los defectos; la aceptación ciega de los valores de la cultura sin considerar lo que tiene o puede tener de negativo, reaccionario o regresivo, la confusión entre lo que es expresión de una realidad histórica objetiva y material y lo que aparece como creación del espíritu o resultado de una naturaleza determinada; la absurda vinculación de creaciones artísticas, válidas o no, a supuestas características de una raza; por último, la valoración crítica acientífica o a-científica del fenómeno cultural.

Del mismo modo, no se trata de perder el tiempo en discusiones más o menos bizantinas sobre la especificidad o no especificidad de los valores culturales africanos, sino de ver estos valores como una conquista de una parte de la humanidad por el patrimonio común de toda la humanidad, realizada en una o varias fases de su evolución. Se trata de analizar críticamente las culturas africanas ante el movimiento de liberación y las exigencias del progreso, ante esta nueva etapa de la historia de África. Entonces podremos ser conscientes de su valor en el marco de la civilización universal, pero comparando este valor con el de otras culturas, no para determinar su superioridad o inferioridad, sino para determinar, en el marco general de la lucha por el progreso, qué aportación ha hecho y debe hacer y qué aportaciones puede y debe recibir.

Como ya hemos dicho, el movimiento de liberación debe basar su acción en un conocimiento profundo de la cultura del pueblo y ser capaz de apreciar los elementos de esa cultura en su justo valor, así como los diferentes niveles que alcanza en cada categoría social. También debe saber distinguir, dentro de todos los valores culturales del pueblo, entre lo esencial y lo secundario, lo positivo y lo negativo, lo progresista y lo reaccionario, los puntos fuertes y los débiles, todo ello en función de las exigencias de la lucha y para poder centrar su acción en lo esencial sin olvidar lo secundario, para hacer que se desarrollen los elementos positivos y progresistas y para luchar, diplomática pero rigurosamente, contra los elementos negativos y reaccionarios; y, por último, para poder utilizar eficazmente los puntos fuertes y eliminar los débiles, o convertirlos en puntos fuertes.

La cultura nacional, condición para el desarrollo de la lucha

Cuanto más nos damos cuenta de que el objetivo principal del movimiento de liberación va más allá de la conquista de la independencia política y se sitúa en el plano superior de la liberación total de las fuerzas productivas y de la construcción del progreso económico, social y cultural del pueblo, más obvio resulta realizar un análisis selectivo de los valores de la cultura en el contexto de la lucha. Los valores negativos de la cultura son generalmente un obstáculo para el desarrollo de la lucha y la construcción de este progreso. Esta necesidad se agudiza en los casos en que, para hacer frente a la violencia colonialista, el movimiento de liberación tiene que movilizar y organizar al pueblo, bajo la dirección de una organización política sólida y disciplinada, para recurrir a la violencia liberadora: la lucha armada de liberación nacional.

En esta perspectiva, el movimiento de liberación debe ser capaz, además del análisis anterior, de realizar, paso a paso pero sólidamente, en el curso de la evolución de su acción política, la confluencia de los niveles de cultura de las diversas categorías sociales disponibles para la lucha y transformarlos en la fuerza cultural nacional que sirve de base al desarrollo de la lucha armada y que es su condición. Hay que señalar que el análisis de la realidad cultural da ya una medida de las fuerzas y debilidades del pueblo ante las exigencias de la lucha y, por tanto, representa una valiosa contribución a la estrategia y la táctica a seguir, tanto política como militarmente. Pero es en el curso de la lucha, desencadenada a partir de una base satisfactoria de unidad política y moral, cuando la complejidad de los problemas culturales aflora en toda su amplitud. Ello exige a menudo sucesivas adaptaciones de la estrategia y la táctica a las realidades que sólo la lucha puede revelar. La experiencia de la lucha muestra lo utópico y absurdo que es intentar aplicar esquemas utilizados por otros pueblos durante su lucha de liberación y soluciones que encontraron a los problemas que tuvieron que afrontar, sin tener en cuenta la realidad local (y especialmente la realidad cultural).

Se puede afirmar que al principio de la lucha, sea cual sea su nivel de preparación, ni la dirección de los movimientos de liberación ni las masas militantes y populares tienen una conciencia clara del peso de la influencia de los valores culturales en la evolución de la lucha: qué posibilidades crea, qué límites impone y, sobre todo, cómo y cuánto la cultura es, para el pueblo, una fuente inagotable de coraje, de medios materiales y morales, de energía física y psíquica, que le permiten aceptar sacrificios e incluso realizar "milagros"; y también, en algunos aspectos, cómo puede ser fuente de obstáculos y dificultades, de concepciones erróneas de la realidad, de desviaciones en el cumplimiento del deber y de limitación del ritmo y la eficacia de la lucha frente a las exigencias políticas, técnicas y científicas de la guerra.

La lucha armada. Un instrumento de unificación y progreso cultural.

La lucha armada de liberación, desencadenada como respuesta a la agresión del opresor colonialista, está demostrando ser un instrumento doloroso pero eficaz para desarrollar el nivel cultural tanto de los dirigentes del movimiento de liberación como de las distintas categorías sociales que participan en la lucha.

Los dirigentes del movimiento de liberación, ya procedan de la "pequeña burguesía" (intelectuales, empleados) o de las clases trabajadoras de las ciudades (obreros, conductores, asalariados en general), tienen que convivir a diario con las distintas capas de la población, en medio de las poblaciones rurales, Al final, conocen mejor a la gente, descubren la riqueza de sus valores culturales (filosóficos, políticos, artísticos, sociales y morales) en la fuente misma, adquieren una conciencia más clara de las realidades económicas del país, de los problemas, sufrimientos y aspiraciones de las masas. Constatan, no sin cierto asombro, la riqueza de espíritu, la capacidad de argumentación y de exposición clara de las ideas, la facilidad con que pueden comprender y asimilar los conceptos personas que ayer mismo eran olvidadas e incluso despreciadas y que el colonizador, e incluso algunos nacionales, consideraban seres incapaces. De este modo, los líderes enriquecen su cultura - se cultivan y se liberan de complejos, reforzando su capacidad de servir al movimiento, al servicio del pueblo.

Por su parte, las masas trabajadoras, y sobre todo los campesinos, generalmente analfabetos y que nunca han salido de los confines de su aldea o región, pierden, en sus contactos con otras categorías, los complejos que les limitaban en sus relaciones con otros grupos étnicos y sociales; comprenden su condición de elementos determinantes en la lucha; Rompen los grilletes del mundo aldeano para integrarse progresivamente en el país y en el mundo; adquieren un caudal de nuevos conocimientos, útiles para su actividad inmediata y futura en la lucha; refuerzan su conciencia política, asimilando los principios de la revolución nacional y social postulados por la lucha. De este modo, se preparan mejor para desempeñar el papel decisivo de fuerza principal en el movimiento de liberación.
Como es bien sabido, la lucha armada de liberación requiere la movilización y organización de una mayoría significativa de la población, la unidad política y moral de las distintas categorías sociales, el empleo eficaz de armas modernas y otros medios de guerra, la liquidación progresiva de los restos de la mentalidad tribal, el rechazo de las normas y tabúes sociales y religiosos contrarios al desarrollo de la lucha (gerontocracia, nepotismo, inferioridad social de la mujer, ritos y prácticas incompatibles con el carácter racional y nacional de la lucha, etc.) y muchos otros cambios profundos en la vida de las personas. La lucha armada de liberación supone, pues, una verdadera marcha forzada por el camino del progreso cultural.

Si a estos hechos, inherentes a una lucha armada de liberación, añadimos la práctica de la democracia, la crítica y la autocrítica, la creciente responsabilidad del pueblo en la gestión de su vida, la alfabetización, la creación de escuelas y de asistencia sanitaria, la formación de cuadros procedentes del medio rural y obrero -así como otros logros-, veremos que la lucha armada de liberación no es sólo un hecho cultural, sino también un factor de cultura. Esta es sin duda, para el pueblo, la primera compensación por los esfuerzos y sacrificios que son el precio de la guerra. Ante esta perspectiva, corresponde al movimiento de liberación definir claramente los objetivos de la resistencia cultural, parte integrante y decisiva de la lucha.

Los objetivos de la resistencia cultural

De todo lo que acabamos de decir se puede concluir que, en el marco de la conquista de la independencia nacional y desde la perspectiva de la construcción del progreso económico y social del pueblo, estos objetivos pueden ser al menos los siguientes:

- el desarrollo de una cultura popular y de todos los valores culturales positivos y autóctonos;

- el desarrollo de una cultura nacional basada en la historia y en los logros de nuestra propia lucha

- la elevación constante de la conciencia política y moral del pueblo (de todas las categorías sociales) y del patriotismo, del espíritu de sacrificio y de entrega a la causa de la independencia, la justicia y el progreso;

- el desarrollo de una cultura científica, técnica y tecnológica compatible con las exigencias del progreso;

- el desarrollo, sobre la base de una asimilación crítica de los logros de la humanidad en los campos del arte, la ciencia, la literatura, etc., de una cultura universal orientada a la integración progresiva en el mundo actual y las perspectivas de su evolución;

- el surgimiento constante y generalizado de sentimientos de humanismo y solidaridad, de respeto y entrega desinteresada a la persona humana.

La realización de estos objetivos sí es posible, porque la lucha armada de liberación, en las condiciones concretas de vida de los pueblos africanos, frente al desafío imperialista, es un acto de fecundación de la historia, la máxima expresión de nuestra cultura y nuestra africanidad. Debe traducirse, en el momento de la victoria, en un salto significativo en la cultura del pueblo que se libera.

Si esto no ocurre, entonces los esfuerzos y sacrificios realizados en el curso de la lucha habrán sido en vano. La lucha habrá fracasado en sus objetivos y el pueblo habrá perdido una oportunidad de progreso en el contexto general de la historia.

Al celebrar la memoria del Dr. Eduardo Mondlane con esta ceremonia, rendimos homenaje a un hombre político, a un luchador por la libertad y, sobre todo, a un hombre de cultura. No sólo la cultura que adquirió en el curso de su vida personal y en los bancos universitarios, sino sobre todo en medio de su pueblo, en el marco de la lucha de liberación de su pueblo.

Puede decirse que Eduardo Mondlane fue salvajemente asesinado porque fue capaz de identificarse con la cultura de su pueblo, con sus aspiraciones más profundas, a través y contra todos los intentos o tentaciones de alienar su personalidad como africano y mozambiqueño. Porque forjó una nueva cultura en la lucha, cayó como un luchador. Evidentemente, es fácil acusar a los colonialistas portugueses y a los agentes del imperialismo, sus aliados, del abominable crimen cometido contra la persona de Eduardo Mondlane, contra el pueblo de Mozambique y contra África. Fueron ellos quienes lo asesinaron cobardemente. Sin embargo, es necesario que todos los hombres de cultura, todos los luchadores por la libertad, todos los espíritus sedientos de paz y de progreso - todos los enemigos del colonialismo y del racismo - tengan el valor de asumir sobre sus hombros su parte de responsabilidad en esta trágica muerte. Porque si el colonialismo portugués y los agentes imperialistas pueden todavía asesinar impunemente a un hombre como el Dr. Eduardo Mondlane, es porque algo podrido sigue creciendo en el corazón de la humanidad: la dominación imperialista. Porque los hombres de buena voluntad, defensores de la cultura de los pueblos, aún no han cumplido con su deber sobre la superficie del planeta.

En lo que a nosotros respecta, esto da buena medida de las responsabilidades de quienes nos escuchan en este templo de la cultura en relación con el movimiento de liberación de los pueblos oprimidos.

Intervención de Amílcar Cabral durante una ceremonia celebrada en honor de Eduardo Mondlane, extraída de "Obras Escolhidas de Amílcar Cabral: A Arma da teoria. Unidad y Lucha", vol. 1, textos coordinados por Mário de Andrade, Lisboa, Comité Ejecutivo de Lucha del PAIGC y Seara Nova, 1995, pp. 221-233.
Versión del discurso publicada en Buala.org.

  1. ^ Conferencia pronunciada en el primer Memorial dedicado al Dr. Eduardo Mondlane, Universidad de Siracusa, (Estados Unidos de América  ) - (Programa de Estudios sobre África Oriental), el 20 de febrero de 1970.

Amílcar Cabral: Libertação nacional e cultura | Esquerda

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