“África logrará un desarrollo real y duradero solo si avanza hacia un crecimiento inclusivo, más allá del PIB”. Hod Anyigba, Equal Times. 22 de octubre de 2024.

10/23/24
10 minutos de lectura.
Economía
blog main image

Las recetas ortodoxas para la recuperación económica, el crecimiento y la creación de empleo nos han fallado repetidamente, sobre todo en África. El mundo atraviesa varias crisis convergentes que obligan a replantearse radicalmente nuestras estructuras económicas y que abarcan desde el cambio climático hasta la desigualdad, pasando por el desplazamiento de la mano de obra debido a la automatización y la inteligencia artificial. El crecimiento no debería medirse únicamente en función del aumento del producto interior bruto (PIB) de un país. Debería garantizar que todos los segmentos de la población, especialmente los marginados, como las mujeres, los jóvenes, las personas con discapacidad, las comunidades rurales y los trabajadores del sector informal, participen y se beneficien del progreso económico. En África, un continente que afronta numerosos desafíos económicos, sociales y medioambientales, y que al mismo tiempo tiene un enorme potencial, el crecimiento inclusivo es una necesidad imperiosa.

La clave para desbloquear el futuro de África no está en buscar modelos económicos orientados al beneficio, sino en promover un sistema que integre la justicia social, la distribución equitativa de los recursos y el desarrollo centrado en las personas.

El uso convencional del crecimiento económico como principal indicador del progreso ha desembocado en una visión limitada e incompleta del desarrollo en África. Utilizar el aumento del PIB como medida del éxito de un país nunca ha conseguido captar la complejidad de lo que constituye su desarrollo integral. Aunque el aumento del PIB puede reflejar un incremento de la producción y la riqueza nacionales, ofrece una imagen superficial que pasa por alto cuestiones más profundas como la desigualdad, la justicia social y la sostenibilidad medioambiental. Este modelo ortodoxo, heredado de las estructuras económicas coloniales y perpetuado por las políticas neoliberales, prioriza el crecimiento extractivista y la maximización de los beneficios por encima del bienestar de la mayoría de la población. Como consecuencia, los modelos económicos en África han sido incapaces de abordar las necesidades reales de sus habitantes.

Depender únicamente del crecimiento del PIB ha creado una imagen distorsionada del progreso del continente africano. A lo largo de los años, algunas economías africanas han registrado tasas de crecimiento impresionantes que no se han traducido en mejoras reales para la ciudadanía.

Los beneficios del crecimiento se han concentrado en manos de unos pocos, mientras amplios sectores de la sociedad siguen sumidos en la pobreza. En África subsahariana, 433 millones de personas aún viven en la pobreza extrema, incluso durante los periodos de expansión del PIB. Las élites urbanas, las corporaciones extranjeras y las industrias extractivas han sido, en muchas ocasiones, los principales beneficiarios, dejando atrás a las comunidades rurales, los trabajadores informales, las mujeres y los jóvenes. Esta desigual distribución de la riqueza es una consecuencia directa de centrarse solo en el PIB como medida del desarrollo.

La incapacidad del crecimiento del PIB para reducir las desigualdades es más evidente en la economía informal, que representa una proporción significativa de la mano de obra africana. Los modelos de crecimiento convencionales ignoran en gran medida el sector informal, en el que trabaja la mayoría de los grupos marginados. Las políticas económicas dan prioridad a los sectores estructurados (como la minería, las infraestructuras y la agricultura a gran escala) y desaprovechan la oportunidad de desarrollar y apoyar la economía informal, en la que trabaja la mayoría de la población africana, especialmente las mujeres y los jóvenes. El aumento registrado en los sectores estructurados no se traslada a la fuerza laboral informal, que sigue excluida de las protecciones sociales, de los servicios financieros y de los beneficios que conlleva trabajar en un empleo formal. Por consiguiente, aunque el PIB aumente, la situación real de la mayoría de la gente no cambia.

Además, centrarse únicamente en el crecimiento económico tiende a ignorar las dimensiones social y medioambiental del desarrollo. El crecimiento económico, tal y como se entiende tradicionalmente, suele conseguirse a expensas de la sostenibilidad del medio ambiente y de la equidad social. En África, las industrias extractivas como la minería y la explotación petrolera han impulsado el aumento del PIB, pero también han provocado una grave degradación medioambiental, que ha desplazado a comunidades, destruido ecosistemas y socavado la sostenibilidad a largo plazo. De esta forma, se llega a la paradoja de conseguir un crecimiento económico, pero a costa del medio ambiente y de las generaciones futuras. El daño medioambiental que provocan estas industrias rara vez se contabiliza en las cifras del PIB, que solo miden la producción sin tener en cuenta el agotamiento de los recursos naturales ni los costes sociales incurridos.

Los modelos de crecimiento centrados en el PIB también desatienden la dimensión social. Las mujeres, los jóvenes y las personas con discapacidad contribuyen de modo considerable a sus comunidades y economías, sobre todo en el sector informal, pero su trabajo sigue estando infravalorado e invisibilizado en las mediciones tradicionales. Las mujeres, por ejemplo, constituyen una gran parte de la mano de obra agrícola, pero a menudo se les niega la propiedad de la tierra, el acceso a la financiación y una remuneración equitativa. Los jóvenes, a pesar de ser el grupo demográfico más numeroso de África, se enfrentan a altos niveles de desempleo y subempleo, incluso en aquellos países que registran un crecimiento económico. Estas realidades ponen de manifiesto la desconexión entre el crecimiento del PIB y el progreso social auténtico. Un aumento del PIB no significa necesariamente una mejora del nivel de vida, una reducción de las desigualdades o una mayor inclusión social.

“Cuando el crecimiento es verdaderamente inclusivo, el desarrollo se convierte en un resultado natural”

El crecimiento inclusivo, por el contrario, requiere un enfoque multidimensional que reconozca la interconexión entre los factores económicos, sociales y medioambientales. Exige políticas que no solo estimulen el crecimiento de la economía, sino que también aborden los problemas de equidad, inclusión y sostenibilidad. Si aumenta el PIB per cápita, pero también lo hace la desigualdad, el crecimiento será regresivo para cualquier comunidad, además de insostenible. El crecimiento inclusivo no es una descripción más del desarrollo económico; se trata de un crecimiento que realmente conduce al desarrollo. El crecimiento inclusivo se centra más en el proceso y en los resultados del crecimiento (beneficios compartidos) en lugar de solo en la producción. Tal y como se articula en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el crecimiento inclusivo combina el crecimiento con aspectos sociales y hace hincapié en la necesidad de compartir el crecimiento económico con los más pobres. Cuando el crecimiento es verdaderamente inclusivo, el desarrollo se convierte en un resultado natural.

Por ello, los índices de desarrollo humano, que tienen en cuenta la educación, la salud y la calidad de vida, ofrecen una medida más holística del progreso. Estos indicadores reflejan mejor la realidad de las personas, especialmente de las marginadas, y ofrecen una imagen más nítida de cómo avanza el desarrollo en una sociedad. Centrarse en estas métricas más amplias, permitiría a los gobiernos africanos diseñar políticas que promuevan tanto la producción económica como el bienestar social y la sostenibilidad medioambiental. Además, el hecho de que el crecimiento del PIB sea la única vara de medir el éxito ha impedido a menudo a los gobiernos africanos percibir todo el potencial de los modelos alternativos de crecimiento, que se centran en el desarrollo inclusivo y equitativo. Por ejemplo, las iniciativas comunitarias locales en agricultura, energías renovables y el sector informal han demostrado un gran capacidad para crear empleo e impulsar el desarrollo sostenible. Sin embargo, estos sectores siguen estando infrafinanciados e infravalorados en las políticas económicas, que priorizan las industrias estructuradas, intensivas en capital. La falta de inversión en dichos sectores ha hecho que se pierdan oportunidades de crecimiento inclusivo, perpetuando aún más el ciclo de desigualdad.

En gran medida, la clave de la solución radica en replantearse la forma de valorar e invertir en las diversas economías africanas. El crecimiento inclusivo requiere dejar atrás el enfoque convencional centrado en el PIB y optar por políticas que fomenten la justicia social, la distribución equitativa de los recursos y el desarrollo sostenible.

Implica invertir en el sector informal, donde trabaja la mayoría de la gente, y crear sistemas financieros accesibles a los grupos marginados, como bancos cooperativos y sistemas de préstamos comunitarios. Estas inversiones deberían priorizar los beneficios sociales sobre las ganancias económicas a corto plazo y garantizar que los beneficios del crecimiento se compartan ampliamente. Además, los gobiernos africanos deben adoptar modelos de crecimiento verde que equilibren el progreso económico con la sostenibilidad medioambiental. Invertir en energías renovables, en la agroindustria ecológica y en otros sectores sostenibles puede crear empleo al tiempo que se protegen los recursos naturales y se abordan los problemas medioambientales del continente. Las estrategias de crecimiento verde, unidas a políticas de apoyo a la economía informal, podrían proporcionar una vía hacia un desarrollo inclusivo que beneficie a toda la población africana, no solo a un puñado de privilegiados.

La confianza tradicional en el crecimiento del PIB como principal criterio para medir el desarrollo ha hecho fracasar a los gobiernos africanos en su búsqueda de un verdadero progreso. Al centrarse exclusivamente en la producción económica, este enfoque ortodoxo ha pasado por alto las dimensiones sociales, económicas y medioambientales más profundas y cruciales para un desarrollo integral. Al formular sus políticas y promocionarlas, los gobiernos deberían tomar en consideración tres medidas de salud económica que van más allá del PIB: el Índice de Desarrollo Humano, que se centra en las personas y sus capacidades; el Índice para una Vida Mejor, que mide el bienestar de las personas, y el Índice de Progreso Real, que considera los costes y beneficios del crecimiento económico. Por lo tanto, es necesario un modelo de crecimiento más inclusivo y equitativo que reconozca las contribuciones de todos los segmentos de la sociedad, valore la sostenibilidad y dé prioridad al bienestar humano.

Solo yendo más allá del PIB lograrán los gobiernos africanos diseñar políticas que conduzcan a un desarrollo real y duradero, en el que toda la ciudadanía, independientemente de su origen o condición, tenga la oportunidad de prosperar. Debemos rechazar el modelo de crecimiento a costa de todo que ha fracasado en nuestro continente. En su lugar, debemos impulsar una economía que priorice a las personas y promueva el desarrollo regenerativo, creando empleo en sectores que restauren nuestros recursos naturales y humanos en vez de agotarlos.

“África logrará un desarrollo real y duradero solo si avanza hacia un crecimiento inclusivo, más allá del PIB”. Hod Anyigba, Equal Times. 22 de octubre de 2024. - afmarugan@gmail.com - Gmail (google.com)

En la fotografia de cabecera: En la imagen, un trabajador de una fábrica de bebidas Blue Skies en Accra (Ghana), el 13 de octubre de 2015. Al centrarse en parámetros más amplios, los gobiernos africanos pueden diseñar políticas que promuevan no solo la producción económica, sino también el bienestar social y la sostenibilidad ambiental. (Dominic Chavez/World Bank)